jueves, 30 de abril de 2009

MARATON DE MADRID












SONIA CALDERON

Seis y media de la mañana, suena el despertador... por fin ha llegado el día. El largo entrenamiento ha terminado, y lo poco o mucho, lo bien o mal que lo he podido hacer, ya da igual.
Mi principal objetivo es llegar, el reloj no importa, lo que quiero es disfrutar y no sentir en ningún momento ese muro del que hablan, que parece ser es una barrera importante que no te deja seguir..., no, no quiero, pero si llega, lo superaré porque creo estar preparada para ello.
Desayuno despacio, tranquila y pensando en el momento en que decidí hacer esta locura. Fue el año pasado cuando Sergio, mi marido, corrió la maratón de Barcelona. Yo fui acompañándole los últimos kilómetros, y la sensación que sentí cuando la meta estaba cerca, hizo que esos 42,195 km. se acoplaran en mi cabeza como reto personal que debía superar.
Y así, el 1 de septiembre, empecé a entrenar y con el paso de los días, semanas y meses, se convirtió en algo que formaba parte de mi vida rutinaria, y ahora aquí sentada, a las 7 de la mañana, pienso cuantos días he salido lloviendo, nevando, con frío y viento, e incluso con calor, ha sido un esfuerzo duro y a la vez gratificante, y por fin, ha llegado el gran día.
Sigo preparándome, me doy las cremas reglamentarias (vaselina y de calentamiento) para prevenir rozaduras y lesiones, y a la vez sigo pensando en cuantos amigos tengo pendientes de mí, dándome ánimos. Ayer me dijo mi amiga Susana que si no lo conseguía no les iba a defraudar a ninguno de ellos, pero yo siento que sí, empezando por a mi misma.. así es que esa posibilidad ni la contemplo.
Salgo de casa a las 8 de la mañana, después de que el pobre Sergio se ha tenido que despertar para ponerme el dorsal, ya que los nervios me traicionaban y no podía encontrar el sitio adecuado para el mismo, ¡qué tontería!, y me ha hecho mi primera foto de este día que se avecina tan especial.
Impresionante cuando llego a Cibeles, me tranquiliza pensar que estamos en esta ciudad y en este momento tantos locos queriendo retar esta prueba..
Nueve de la mañana, pistoletazo de salida, cinco minutos antes se ha puesto a llover, pero no importa. Paso por el arco de salida y tengo una sensación de tranquilidad y alivio, mis piernas empiezan a moverse y ya empiezo a pensar en el kilómetro 10, sin prisas, sin agobios, allí veré a mi familia. Ha dejado de llover y efectivamente, sin casi darme cuenta ahí estaban, mis peques, mi marido y mis padres; cómo se agradece ese “Venga Sonia, campeona”.
Sigo con la cabeza alta, disfrutando de la carrera, porque siento que ya he cogido mi ritmo, ese que me llevará por las calles de Madrid.
En el kilómetro 15 estaban María y Raquel, y qué bonitos han sido esos kilómetros que hemos hecho juntas, luce el sol, y sin darme cuenta, llego a la mitad de la carrera, ellas me lo recuerdan, y yo me siento bien, física y mentalmente. Mi siguiente meta es el kilómetro 25, allí estará otra vez esperándome mi familia, y más amigos, y además entrará Sergio, ya os hablé antes de él, correrá conmigo esa parte final, que vaticina ser la más dura.











Hemos llegado y me siento tan querida en este kilómetro, puesto de avituallamiento lleno de gente conocida que me anima que nada me hace pensar en negativo. Sergio me saluda, me pregunta qué tal, me da algo de beber, y empieza con nosotras esos kilómetros donde se supone que probablemente me encuentre con el famoso muro, aunque me siento como un tren al que ningún muro va a detener. Voy bien, sigo trotando, me empiezan a doler un poco las piernas, se lo comento a Sergio y me dice que es normal, que ni lo piense y así lo hago. Mis amigas se van aproximadamente en el 28, y es cuando pienso que realmente me queda lo más difícil, pero no importa estoy con Sergio y con él me siento muy segura.
Seguimos la carrera, con sus partes más duras y complicadas, pero mi gran sorpresa es cuando me doy cuenta que he llegado al kilómetro 38 y puedo intercambiar todavía algunas palabras con Sergio, quien me anuncia que todo lo que queda es acercamiento a la meta: “Esto está hecho”, me dice.











No puedo negar que estoy muy cansada, que siento que no puedo más, pero que no paro en ningún momento, y cuando paso el 39 aproximadamente y Javo y Katell me esperan para darme el último empujón de ánimo, ya estoy en el Retiro. La emoción me invade, solo quedan unos metros para llegar a la meta, y el tiempo ahora pasa muy rápido al igual que mis emociones. Sergio me tiene que dejar porque no lleva el dorsal de inscripción y esta última parte no puede hacerla, por unos segundos me siento perdida, pero sigo viéndole al otro lado de la valla corriendo conmigo y siento que estoy viviendo un sueño, he terminado esos temidos 42,195 km., en definitiva, he terminado un sueño al entrar por esa meta acompañada además de mi hijo Alejandro. Ahora me duele todo, pero como dijo aquel: EL DOLOR ES TEMPORAL, EL ORGULLO PARA SIEMPRE.

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